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Monday
Sep172012

Esmail Fasih en español (cuento corto)

                                  

Periquitos bajo Bombardeo

En la terraza del tercer piso que pertenecía a la Sra. Ruhi, había una jaula con tres periquitos. Serían sobre las diez de la mañana cuando, una vez más, los aviones F-1 de Iraq volvieron a atacar Teherán. Esta vez bombardearon el barrio Majidie, cerca del edificio de comunicaciones. En el momento de las explosiones, el bombardeo dejó traumatizado a uno de los periquitos de la Sra. Ruhi. El pajarito empezó a picotear y a agitar sus alas violentamente, haciendo sangrar a los otros dos toda la tarde hasta que estos empezaron a gritar y a sangrar.

A pesar de todas las desgracias de los últimos días, a la Sra. Ruhi (o Sra. Zahra, como la llamábamos nosotros), viuda de un oficial mártir de las fuerzas aéreas y madre de dos niñas de cuatro y dos años respectivamente, le daban pena los pájaros. Con la esperanza de que el pájaro se tranquilizara, callara y viviera, en vez de ocuparse de la mayoría de sus quehaceres, había sacado al pájaro traumatizado de su jaula delicadamente, lo había trasladado a una caja vacía de zapatos de marca “Bella” y había agujereado las cuatro partes de la caja para abrir paso al aire.

Había sido un día desapacible de frío y viento. Era casi el atardecer cuando la Sra. Ruhi bajó a nuestro piso acompañada de la caja de zapatos donde se encontraba el periquito ruborizado y la jaula de los otros dos. Le suplicó a mi hermana que, si no era molestia, le vigiláramos los pájaros un par de noches ya que, de forma inesperada, había decidido llevar a sus hijas que temían el bombardeo a casa de su tío en el norte.

Parecía que la explosión de las bombas también le había afectado a ella de forma visible. Nos contó que había comprado cupones de gasolina en el mercado libre y que quería llevar a las niñas a Gorgan en su propio Renault. Tenía pensado quedarse allí hasta que la situación en Teherán se calmara. 

Esta vez sí que estaban aterrorizadas las niñas.

También nos contó que era imposible seguir las instrucciones de las autoridades, los responsables de la guerra, quienes pedían al pueblo y a sus “queridos ciudadanos” que se refugiaran en hoyos en la tierra en caso de peligro.

Aquella noche, el periquito ruborizado de la Sra. Ruhi murió en su caja “Bella” al anochecer.

Los otros dos que permanecían en silencio en su jaula sangraron toda la noche mientras conservaban su calma, tal y como hicimos Farangis y yo. Ella, en la cocina, dedicándose a lavar la ropa y a fregar la vajilla, y yo, en la habitación, sentado en mi escritorio corrigiendo los exámenes de mis estudiantes.

Siguiendo las instrucciones de las autoridades, dejábamos sintonizada la radio a la estación 11 para que, en caso de ataque aéreo, pudiéramos oír la alarma roja. De esta misma forma transcurrieron las siguientes 24 horas o más. Hay que destacar que la noche del 2 de enero coincidía con el aniversario de la “radiante” revolución islámica.

Eran las 8:20 de la noche cuando se emitió la alarma roja por la radio y la televisión. Los sonidos de las defensas anti-aéreas daban señal de su existencia. Eso sí, ¡después de que cayera la primera bomba! “¡Atención, atención! La señal de alerta actual indica peligro y el inicio de un ataque aéreo. Abandonen sus localidades y busquen refugio inmediatamente”.

En estos hermosísimos instantes, en la República Islámica, en la “guerra de las ciudades”, cada persona tiene una reacción diferente. Pero si usted formara parte de aquellos que provisionalmente habían firmado un pacto mutuo de convivencia pacífica en una compañía de “muertes limitadas”, esto no le importaría un pimiento. Y fue así como Farangis y yo nos encaminamos hacia el sótano. Yo, con la linterna y la radio y Farangis sosteniendo la jaula de los periquitos de la Sra. Ruhi que seguían sangrando. El sonido de las defensas anti-aéreas devoraba el alma de la noche. Cuando cayó de repente la segunda bomba, hubo un apagón inmediato. La segunda explosión fue espantosa, pero no muy lejana.  

A continuación, un silencio mortal. Durante mucho tiempo, nada. Nada de nada, salvo disparos aislados de las defensas anti-aéreas. La radio emitía marchas o melodías de grupos religiosos cuyos movimientos rítmicos les hace sangrar al golpearse el pecho mientras desfilan por las calles en unisón. Y, de vez en cuando, con una dicción clara, el locutor decía algo dirigido a los radioyentes como “reproductores de martirio”.

Seguíamos en estado de alerta. Teníamos que mantener nuestra calma. Saddam estaba ejecutando sus últimos estrépitos. Farangis rezaba, ya que no se le ocurría otra cosa que hacer. Los periquitos de la Sra. Ruhi chirriaban débilmente “pío pío” quizás porque no les quedaba otro remedio más que seguir sangrando. Yo, fumaba. No tenía nada más que hacer y esperaba el cambio de alerta o cualquier otra cosa para poder salir del sótano.  

Pasaron diez minutos. Y veinte. Continuábamos en alerta roja y luego emitieron una melodía religiosa con el ritmo de “Hossein, Hossein…”.

Farangis, quien sufría de dolor de piernas y se había tomado una gran cantidad de sedantes, no tardó en quedarse dormida en el sótano. Me senté a su lado, me quité la camisa y la extendí sobre ella. Luego, no hice más que fumar. Desde la minúscula ventana que daba al patio, observé el fuego de colores de las defensas anti-aéreas que explotaba en el alma del cielo. Ella seguía durmiendo, o estaba inconsciente, o en la pesadilla de una tierra que iba a alguna parte o soñaba con su querida hija que había nacido en su querida Abadan. Y ahora, una estaba muerta y la otra se había convertido en una ciudad de fantasmas.

Quizás soñaba con su joven yerno quien había muerto a principios de la revolución. Aparte de todo esto, mi hermana dormía plácidamente. Tranquila y callada con la ayuda de una gran cantidad de Barbitoral de 500 miligramos, Benzoderin y Sodium Amital. Yo también permanecía tranquilo y callado. Al fin y al cabo, ¡sólo habíamos bajado al sótano a tomar el fresco, por lo acogedor y bien que se estaba! Idéntico al rincón de una pocilga donde también había cucarachas muertas y huronas. Y ahora, escuchábamos “Hacia la tierra de los enamorados. ¡Vamos a Karbala!” en mi radio Grundig de pilas y de antena rota. No pasaba nada. Tan sólo un apagón nos había dejado sin electricidad en la capital de la república. Estábamos en alerta roja parcial y tan sólo habían bombardeado dos barrios de la ciudad. En cambio, había buenas noticias: en el noticiero de las nueve de la noche, nos informaron que los propagandistas de la guerra habían informado al pueblo iraquí, incluyendo a los de Bagdad, que abandonaran los centros militares y económicos y se refugiaran en ciudades seguras ya que pronto empezarían a atacar, palmo a palmo, dichos centros para tenerlos bajo las llamas de sus cohetes. Esto, por supuesto, era un acto de venganza contra las bestialidades cometidas recientemente por las tropas iraquíes en sus ataques a las ciudades de Tabriz, Isfahán, Malayer, Desful, Qom y Teherán.

Acciones contra el desarrollo. Ojo a ojo. Ciudad contra ciudad. Cohete frente a cohete. Pero yo, estaba tranquilo y callado. Normalmente, suelo ser tranquilo y callado. Y si de vez en cuando me siento alterado, enciendo otro pitillo, cierro los ojos, le doy una profunda calada e intento pensar en otras cosas y lugares. Esta noche también enciendo otro cigarrillo, cierro los ojos, le doy una profunda calada al pitillo e intento pensar en otras cosas y lugares. Ahí afuera, a lo largo de esta divina noche…

¿Cuántas personas estarán pasando miedo?

¿Cuántas acaban de perder la vida o están a punto de morir?

¿A cuántas personas habrá destrozado la explosión?

¿Cuántas personas habrán quedado atrapadas bajo escombros?

¿Cuántas personas estarán sangrando?

¿Cuántas personas estarán incapacitadas?

¿Cuántas personas se habrán ahogado a causa del gas, humo o fuego?

¿Cuántos niños estarán gritando, agarrados del cuello de sus madres?

¿Cuántas personas se habrán mareado o perdido la conciencia a cinco kilómetros de la explosión?

¿Cuántas personas sufrirán de angina de pecho?

¿Cuántas mujeres embarazadas habrán sufrido un aborto espontáneo?

¿Cuántas personas sufrirán de un choque que les hará correr atolondradamente por el patio o caer por las escaleras o en la piscina?

¿Cuántas mujeres o chicas notarán gotas adelantadas de sangre menstrual por sus entrepiernas en la cocina?

¿Cuántas personas estarán pasando miedo?

¿A cuántos niños se les habrá cambiado el color de las uñas a marrón?

¿A cuántas personas se les habrán estallado los sesos contra la pared en el momento de la explosión?

¿Cuántas parejas, acompañadas de sus hijos, habrán huido de la ciudad para pasar la noche en Jajrud donde las serpientes suelen picar a los niños y matarlos?

Las explosiones tienen el poder de alguna que otra cosa con toda una ciudad. Por la mañana, los dos periquitos que seguían sangrando, murieron en su jaula.

Pero esa no fue la última desgracia de la Sra. Ruhi… La tarde de ese día, en una de las curvas de mucho tráfico del norte, cerca del túnel Kandovan, en un accidente de Renault contra un minibús, la Sra. Ruhi y sus dos hijas habían fallecido.

 

Esmail Fasih (1934-2009)

Translated from Persian “Morghaye Eshgh Dar Bombaran” by Ana Bayat King @ModLangs

Mr. Fasih's novel "The Winter of 62" (1987) is thought to rank number 15 in the list of the best novels ever written in Persian: http://www.scaruffi.com/fiction/bestpe.html

On Mr. Fasih's life and work: http://www.iranicaonline.org/articles/fasih-esmail

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